Un siglo de dulces en la pastelería más antigua de Canarias
Un siglo de dulces en la pastelería más antigua de Canarias. Fundada en 1916 por Egon Wende, la Confitería Taoro celebra 100 años de actividad ininterrumpida en La Orotava
Desde hace un siglo en La Orotava los tambores no solo se tocan, también se comen. Los hay de moca y de chocolate y son unos dulces tan únicos y emblemáticos como la pastelería que los elabora: la Confitería y Café Taoro 'Casa Egón'. Localizada desde 1925 en el número 5 de la calle León, es la pastelería más antigua de Canarias y lugar de paso casi obligado para quienes visitan La Orotava. Allí la fundó en 1916 el alemán Egon Alfred Wende Bard, a quien el estallido de la I Guerra Mundial dejó en Tenerife cuando iba camino a las colonias alemanas en África.
Para fortuna de los tinerfeños y, sobre todo, de los más golosos, no llegó a su destino. Hijo de un secretario del ayuntamiento y de una profesora de música, Egon Wende nació en Breslau (actual Polonia) en 1890. Desde pequeño mostró dotes para la repostería y la cocina. Con 17 años se especializó como oficial en ambas disciplinas. y trabajó en varios hoteles y restaurantes de su ciudad. Tenía 23 años cuando decidió irse a África.
Fachada de la casona del siglo XVIII donde desde hace 91 años está el Café Taoro, en La Orotava.
Su barco hizo escala en el puerto de la capital tinerfeña, justo en los días en que estalló la I Guerra Mundial y, tras varias semanas de consultas, optó por quedarse. Desembarcó en Santa Cruz en 1914 y dos años más tarde lo hicieron sus dulces en La Orotava. Un siglo después, es la tercera generación familiar la que regenta el negocio, dirigido por Ángel Rocío, quien también es el autor del libro 'Confitería y Café Taoro. Casa Egon. Negocio o Institución' (1999).
La obra relata la historia, anécdotas y personajes que han visitado la que es la pastelería más antigua de Canarias. El libro tendrá una reedición revisada y ampliada en noviembre con motivo del centenario. No es la única actividad prevista. La recién inaugurada exposición de bandejas de tarta pintadas por 50 artistas y un acto festivo el próximo 30 de julio en los Jardines Victoria, en los que habrá una milhoja gigante (con recaudación voluntaria destinada a Cruz Roja), también conmemorarán tan dulce aniversario (tiene su propia página de Facebook).
Una milhoja gigante y solidaria conmemorará el próximo 30 de julio el centenario de la pastelería más antigua de Canarias
La pastelería no fue el primer negocio que emprendió Egon en Tenerife. Antes del Café Taoro, montó una lechería en la céntrica calle La Carrera de La Laguna. Allí ya elaboraba nata y mantequilla. También empezó a preparar algunas pastas, que vendía en un despacho anexo. Esta actividad la compaginaba con la de cocinero y repostero en los banquetes del desaparecido Hotel Camacho (Tacoronte).
Entrada a la Confitería Taoro "Casa Egon", en La Orotava.
Un pastelero emprendedor
Hasta que en 1916 se trasladó a La Orotava, donde primero instaló en un pequeño obrador en la calle del Tejar. Fue el paso previo a la fundación de la Confitería y Café Taoro, que abrió a finales de ese año y en un local mayor, en la calle La Quinta. En 1921, se trasladó al nº 55 de la calle León y tenía además un despacho de dulces en la céntrica La Carrera. Finalmente, en 1925 llegó a su ubicación actual.
El negocio y la vivienda familiar quedaron centralizados en esa casona del siglo XVIII, en la que se mantiene 91 años después. Como entonces, no sólo ofrece despacho de dulces y tartas, sino cafetería y restaurante. La bandeja de filo de vaca en salsa, ensalada de papas y salchichas de su carta menú recuerda ese pasado alemán y es otro de los clásicos del local, junto a la Copa Taoro (helado de vainilla, fresas y nata) y la taza de chocolate caliente.
Maquina registradora, expositores y pesas antiguas en el mostrador principal del local.
Roscos de yema, milhojas y tambores
Hasta que en 1916 se trasladó a La Orotava, donde primero instaló en un pequeño obrador en la calle del Tejar. Fue el paso previo a la fundación de la Confitería y Café Taoro, que abrió a finales de ese año y en un local mayor, en la calle La Quinta. En 1921, se trasladó al nº 55 de la calle León y tenía además un despacho de dulces en la céntrica La Carrera. Finalmente, en 1925 llegó a su ubicación actual.
El negocio y la vivienda familiar quedaron centralizados en esa casona del siglo XVIII, en la que se mantiene 91 años después. Como entonces, no sólo ofrece despacho de dulces y tartas, sino cafetería y restaurante. La bandeja de filo de vaca en salsa, ensalada de papas y salchichas de su carta menú recuerda ese pasado alemán y es otro de los clásicos del local, junto a la Copa Taoro (helado de vainilla, fresas y nata) y la taza de chocolate caliente.
Casi desde sus orígenes, Egon incluyó esos servicios de restauración en su oferta, en la que también había comidas para llevar y un pionero catering. Este último fue creado inicialmente para las celebraciones que se daban en las casonas de las familias más insignes de La Orotava. Sobre todo, las de presentación en sociedad de sus hijas, tan de costumbre en aquella época.
Servicio de catering para las fiestas de sociedad, restaurante y venta a domicilio completaban los servicios del Café Taoro
También tenía venta de dulces a domicilio. De ella se encargaban, desde 1917, tres empleados: uno por las calles de La Orotava y los otros dos en los municipios vecinos de Puerto de la Cruz y Los Realejos. Tampoco faltaron los helados. Llegaron en el verano de 1927, de manos de vendedores con garrafas al hombro. Toda esa adaptación local de la pastelería alemana que ofreció Egon Wende tuvo muy buena acogida y el renombre de los productos aumentó.
Importantes hoteles tinerfeños como el Taoro, el Monopol, el Turquesa, el Martíanez, el Mencey o el Victoria, se convirtieron en clientes habituales de sus pastas, bombones, dulces y helados. Durante la Guerra Civil (1936-1939) escasearon las materias primas y el negocio tuvo que afrontar algunos despidos. Fueron momentos duros en lo comercial, que llegaron tras otros personales difíciles.
Benigno, Pastora y los cinco hermanos Rocío
Egon había contraído matrimonio en 1920 con Luisa, una de sus primeras empleadas, y en 1927, la pareja sufrió la pérdida de su hijo recién nacido. Ese lugar lo ocupó su sobrino, Benigno Rocío, quien en la década de los 40 se incorporó a negocio y aprendió el oficio. También sería el encargado de regentarlo tras la muerte de Egon, el 31 de agosto de 1970. Benigno Rocío tomó el relevo, junto a su esposa Pastora y sus seis hijos: Ángel Luís, Benigno, Francisco Javier, Emilio, Jesús Manuel e Isidro.
Uno de los hermanos Rocío preparando una bandeja de almendrados.
Hoy son cinco de ellos quienes siguen al frente de la empresa, a la que también se han incorporado tres miembros de la cuarta generación. Ángel es el encargado y quien, en muchas ocasiones, atiende a la clientela detrás del mostrador "de toda la vida". Ese es uno de los secretos de Casa Egon. Conservar la esencia de su local y de sus productos. Todo sigue igual: la puerta abatible de cristal, el mobiliario, los 'fruteros' para portar los dulces al salón de café, la caja registradora en pesetas (hasta hace años operativa), las pesas, la repisa de bebidas o los expositores para bombones y chocolates.
Roscos de yema, milhojas y tambores
Y por supuesto, el mostrador. Ese de cristal y madera donde están los dulces y pastas que no requieren frío. Los roscos de yema, las milhojas y los tambores ocupan el podio de una carta de más de 50 variedades, en la que también tienen lugar de honor las galletas, los almendrados, los tubos de crema y moca o los petit choux. Entre las tartas (que varían según la fruta de temporada), no faltan nunca la de limón y la de tambor. Esta última es una creación propia y sus posibilidades de conservación (no tiene crema) le han permitido viajar incluso a Nueva York.
Jesús Manuel Rocío "Chuchi", preparando una bandeja de tambores de moca.
Así lo relata Jesús Manuel Rocío "Chuchi", mientras prepara una bandeja de tambores de moka en la cocina. Recuerda una infancia de seis hermanos marcada por los dulces y elaboraciones que su padre (y algunos de sus hermanos mayores) aprendieron de Egon. "Los de siempre y como siempre" explica "Chuchi", quien detalla que la base esencial es harina, huevo, almendra y azúcar. Eso y unas recetas originales que mantienen todos sus detalles.
Son los que no faltan en esta pastelería, en la que hasta el envoltorio es todo un clásico. Ese paquete blanco atado con cordel en doble lazada delata la visita a Casa Ego, Don Ego o Ego. Esos son los otros nombres no oficiales del local, al que pocos clientes habituales llaman Café Taoro. "Conozco al cien por cien de los clientes de toda la vida y a muchos de los abuelos y padres de los más jóvenes", afirma Ángel Rocío, para quien esa cercanía es una de las claves del éxito del local.
Ángel Rocío empaquetando una bandeja de dulces con el envoltorio característico de Casa Egon.
"Yo ya trabajaba aquí antes de nacer" bromea, mientras recuerda a sus padres detrás del mostrador y en el obrador que ahora ocupan él y sus hermanos. Son los herederos de aquel joven alemán que en 1916 decidió abrir la 'Confitería y Café Taoro'. Cien años después, turistas y residentes siguen disfrutando de unos dulces artesanos y recién hechos que, en sus sabores y textura, encierran 100 años de historia.
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